lunes, 25 de junio de 2012

Era una tarde tranquila. El Sol yacía resplandeciente en lo alto del azul cielo haciéndole competencia a las grises nubes de tormenta que estarían por venir. Ella entró en su cafetería habitual, pidió su mismo café con leche y se sentó en el sitio que había ocupado durante los anteriores dieciocho años. Estaba sola, solo un camarero de media estatura pero robusto se escondía detrás de la larga barra mientras limpiaba la cubertería a la vez que maldecía no sé que cosas.
Se levantó, recorrió el pequeño antro a paso lento y frenó en frente de un pequeño rincón donde la pared estaba llena de fotos en las que aparecía ella, solo que sin tantas arrugas y mucho más joven. También salía, él, su primer amor, la persona por la cual iba tarde sí y tarde también a aquel bar perdido por una calle poco transitada de Madrid. Ella recordaba como si fuera ayer su olor, sus abrazos en sus épocas de fragilidad emocional y sus cálidos besos en las tardes frías de invierno. También recordaba con suma claridad la forma en la que él le cogía la mano y deslizaba sus suaves dedos entre la palma para asegurarle que todo iba a ir bien, sus andares lentos por las luminosas calles de aquella capital e incluso su risa ruidosa. Decidió volver a su asiento, se bebió de un sorbo el frío café, pago la cuenta y regresó a su casa dispuesta a regresar al día siguiente para esperarle una vez más. Pero lo que no sabía, es que él no iba a volver.

domingo, 24 de junio de 2012

Las personas se van, los recuerdos permanecen.

Ella estaba sentada en la mesa de su cocina bebiéndose un té caliente mojando ilusiones rotas para tragárselas con su orgullo. Sí, ese orgullo que pisoteó y tiró al suelo por él, por el amor de su vida, por la persona que le hacía reír aún cuando había estado llorando minutos antes. Recordaba la manera en la que caminaba inclinando su cadera hacía la derecha, la sonrisa que se pintaba en la cara cuando le daba un apretón de manos a su padre, la forma tan rara que tenía de meter sus suaves manos en los bolsillos del vaquero cuando se sentaban a tomar algo en las calles transitadas e iluminadas de aquella ciudad, su voz cada vez que le decía "tú y yo vamos a estar a cuatro metros sobre el cielo, porque en la tercera planta ya hay mucha gente" y le hacía llegar hasta el séptimo o más. Echaba de menos todas esas insignificantes cosas, pero sobre todo, le echaba de menos a él.


sábado, 9 de junio de 2012

Infancia.

¿Recordáis cuando éramos pequeños? Cuando nuestra única preocupación era llegar pronto a casa para ver los dibujos y levantarse temprano al día siguiente para hacer exactamente lo mismo, cuando nuestra única meta era contestar bien a las preguntas que nos hacían en el colegio o hacer sentir orgullo a nuestros padres, cuando no nos importaba la ropa que llevásemos o el pelo con el que nos habíamos levantado ese día. Eramos felices. Sin embargo, ahora tenemos mil y un problemas. El que pensarán los demás, el si les gustará la ropa que te compraste el otro día, el de saber que nunca vas a conocer a tu ídolo porque está lejos, el de querer machacar a la puta distancia por que te separa de las personas más importantes para ti, el de no saber como quitarte un grano que te ha salido en medio de la cara justo el día de la fiesta de cumpleaños de tu mejor amiga... ¿Recordáis cuando éramos pequeño? A mí me gustaría volver a esa época.


Freedom.

Esa sensación acelerar cuando todo el mundo te dice que aflojes, de romper las normas, saltarse las reglas, vivir tu vida y no la de los demás, hacer lo que quieras cuando quieras, no depender de nadie, llegar tarde a casa, comer chocolate sin que nadie te diga que si te pasas vas a engordar, teñirte el pelo de rojo, viajar a todas las partes del mundo hasta que no te quede ni un centavo, beber hasta no recordar lo que pasó la noche anterior, comprarte una buena cámara y perderte por las calles de las ciudades más grandes, colgarle el teléfono a tu jefe cuando te está diciendo algo importante, combinar mal la ropa y ponerte tacones para andar por casa. Si quieres puedes hacer eso y mucho más. Porque eres libre.