domingo, 24 de junio de 2012

Las personas se van, los recuerdos permanecen.

Ella estaba sentada en la mesa de su cocina bebiéndose un té caliente mojando ilusiones rotas para tragárselas con su orgullo. Sí, ese orgullo que pisoteó y tiró al suelo por él, por el amor de su vida, por la persona que le hacía reír aún cuando había estado llorando minutos antes. Recordaba la manera en la que caminaba inclinando su cadera hacía la derecha, la sonrisa que se pintaba en la cara cuando le daba un apretón de manos a su padre, la forma tan rara que tenía de meter sus suaves manos en los bolsillos del vaquero cuando se sentaban a tomar algo en las calles transitadas e iluminadas de aquella ciudad, su voz cada vez que le decía "tú y yo vamos a estar a cuatro metros sobre el cielo, porque en la tercera planta ya hay mucha gente" y le hacía llegar hasta el séptimo o más. Echaba de menos todas esas insignificantes cosas, pero sobre todo, le echaba de menos a él.


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