Se levantó, recorrió el pequeño antro a paso lento y frenó en frente de un pequeño rincón donde la pared estaba llena de fotos en las que aparecía ella, solo que sin tantas arrugas y mucho más joven. También salía, él, su primer amor, la persona por la cual iba tarde sí y tarde también a aquel bar perdido por una calle poco transitada de Madrid. Ella recordaba como si fuera ayer su olor, sus abrazos en sus épocas de fragilidad emocional y sus cálidos besos en las tardes frías de invierno. También recordaba con suma claridad la forma en la que él le cogía la mano y deslizaba sus suaves dedos entre la palma para asegurarle que todo iba a ir bien, sus andares lentos por las luminosas calles de aquella capital e incluso su risa ruidosa. Decidió volver a su asiento, se bebió de un sorbo el frío café, pago la cuenta y regresó a su casa dispuesta a regresar al día siguiente para esperarle una vez más. Pero lo que no sabía, es que él no iba a volver.
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